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Seguro que alguna vez te has sentido dispuesto a dar algún consejo, o a lo mejor, a ofrecer alguna información más contrastada de la que se estaba dando en alguna conversación. Pues esto, aunque no lo parezca, se puede convertir en un peligro insospechado.

Todos estamos dispuestos a dar una opinión o verter una información sin, a veces, tener razón en nuestras palabras. Pero siempre nos da la sensación de estar en posesión de la verdad. Y casi siempre el receptor de la nueva información, primero duda y después la analiza. Cuando debería ser al revés. Primero se analiza y después se duda de la información (si debiera hacerse). Pero vivimos en un mundo de desconfianza hacia los demás y seguramente el problema surja de vivencias pasadas. Como casi siempre, el pasado prima sobre el presente.

Noto a la gente demasiado desconfiada. Últimamente cada vez más. Confían en las personas más cercanas, e incluso a veces ni eso. Y la mayoría de culpa viene de las informaciones que nos llegan. Las noticias son nefastas, el 1% de las noticias en televisión son de carácter alegre. ¿Así como no vamos a desconfiar?

Pero yendo un poco más allá, ¿Por qué somos cada vez más desconfiados? Personalmente, yo creo que todo viene de la debilidad de cada uno. Los que más desconfían de los demás son los que menos confían en si mismos. O dicho de otro modo, los que más confían en los demás son los que más confían en si mismos. Es una coincidencia verídica, donde no conozco datos pero conozco casos. Y volviendo a lo que comentaba al principio, también coincide que quien mejor acepta nuevas informaciones o consejos es quien más confía en los demás.

Así que, en definitiva, aceptar y valorar algún consejo o nuevo aprendizaje antes que ponerlo en duda, se basa en la confianza en uno mismo. Me sigo preguntando cuando en los colegios enseñarán estas cosas. Ayudar a tener más confianza en uno mismo para que así se puedan poder absorber mejor las nuevas enseñanzas en lugar de tanta historia, tantos números y tantos conceptos en clave.